viernes, 11 de diciembre de 2009
José ''Pepe'' Mujica: sin pecado concebido
Los acercamientos a la oposición constituyen un buen comienzo, pero la prueba de fuego será transformar los temas de campaña en políticas públicas exitosas.
La segunda vuelta de Uruguay pasó sin pena ni gloria por varios medios de comunicación masivos de América Latina y el mundo. Si bien el “personaje” Mujica ha concitado gran interés y atención, el proceso que lo llevó al poder, en segunda vuelta, no pareció estimular a nadie. Este hecho es sorprendente, sobre todo para una región que se ve enfrentada, con lamentable asiduidad, a líderes que parecen llegar al poder, o bien con más apoyo de las elites políticas que de los ciudadanos, o bien con el respaldo de la sociedad civil pero de espaldas al sistema de partidos políticos.
José Mujica llegó a la presidencia de Uruguay a través de un proceso de primarias transparente, competitivo y obligatorio para todos los partidos políticos del país. Durante las elecciones internas le tocó competir con su actual candidato de fórmula y futuro vicepresidente de Uruguay, el contador Danilo Astori, un hueso duro de roer, que contaba con el apoyo velado del altamente popular presidente de la República, Tabaré Vázquez. El 28 de junio de este año, Mujica obtuvo 52% de los votos del Frente Amplio, derrotando así cómodamente a los contendores de su coalición y logrando la nominación a la máxima magistratura del país.
Para mitigar los miedos de sus no pocos detractores, dentro y fuera de su partido, y promover un clima de unidad al interior de su sector político, Mujica rápidamente optó por sumar a Danilo Astori a su candidatura. La decisión demostró ser inteligente, al menos para captar los votos de la centro-izquierda y, en menor medida, de las alas más moderadas de los partidos opositores. Para muchos, Astori representa todo aquello que Mujica no fue ni será nunca: mesurado en sus dichos y actos, ideológicamente moderado y pragmático cuando es necesario.
Durante la campaña electoral, Mujica intentó mostrarse como un hombre de consensos y algunos dicen que buscó en el presidente Inácio “Lula” da Silva, de Brasil, un modelo a seguir tanto en lo simbólico como en lo material. La legitimidad de Mujica no se basa en sus intentos, más o menos exitosos, por mostrarse como un candidato conciliador. Tampoco en sus desvelos por atraer a aquel arisco votante medio que probablemente hubiese corrido raudo y veloz a votar por Astori, pero al que le tembló la mano con sólo pensar en tomar una papeleta en la que se asomase la foto del controvertido Pepe. Su legitimidad, por el contrario, deriva del simple hecho de que Mujica llegó a donde llegó porque ganó las internas, los comicios nacionales de primera vuelta y el ballotage, en elecciones competitivas, de resultado incierto y con potentes (aunque no sé cuán atractivos) contendores. Punto. Nada más que discutir. Ganó peleando cada voto como si fuese el único, y eso lo hace merecedor de un triunfo que nadie en su sano juicio cuestiona. La principal lección de esta contienda es que el proceso que lo llevó a la presidencia fue completamente inmaculado.
Pero si la elección presidencial fue a todas luces concebida sin pecado, el personaje Mujica no parece estar libre de éste, al menos para el 48% del electorado al que no logró seducir ni convencer en la segunda vuelta. Muchos no le perdonan su pasado guerrillero de la mano del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, a pesar de que estuvo preso durante toda la dictadura, pagando sus culpas con creces en condiciones oprobiosas. Depuso las armas haciendo un mea culpa y se reintegró plenamente a la vida política del Uruguay democrático, a partir del establecimiento del Movimiento de Participación Popular (MPP) -hoy la fuerza política más importante dentro del Frente Amplio-, y mostró una sorprendente y envidiable capacidad para controlar a los sectores más radicales de su agrupación. Fue diputado, senador y ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca bajo la administración de Tabaré Vázquez. El Pepe, por tanto, no es un outsider que cuestiona la política tradicional y que viene de los márgenes del sistema. Muy por el contrario, a estas alturas Mujica es un político de carrera, que cuenta con la experiencia suficiente como para estar donde está.
A pesar de su trayectoria política y de su incuestionable compromiso con el juego democrático, sus declaraciones y salidas de protocolo son excentricidades anecdóticas para algunos, pero para otros constituyen actitudes sumamente preocupantes, porque ponen en tela de juicio si Mujica está a la altura de las circunstancias para desempeñar un cargo tan importante como el de presidente de la República. En Pepe Coloquios, un libro de entrevistas de Alfredo García, publicado semanas antes de las elecciones nacionales, sentenció, sin anestesia, que el gobierno y el agro argentino son “burros”; tildó al ex presidente Carlos Saúl Menem de “mafioso, ladrón”, y de “buenos tipos, pero nabos” (tontos) a los Radicales. Tuvo la gentileza, eso sí, de aclarar que la Argentina no es un “pueblo de tarados, porque tiene una intelectualidad potente”, aunque aclaró que en ese país la “institucionalidad vale un carajo”. Sus dichos no pasaron desapercibidos para nadie, incluido el presidente Tabaré Vázquez que se apresuró a calificar los dichos de Mujica como “estupideces”. Sus críticos sentencian que hay cosas que un presidente no puede decir y hacer, por la naturaleza del cargo que detenta. Y el Pepe ha acusado recibo, disculpándose por sus destempladas declaraciones.
Pero si Mujica controla sus dichos (sin necesidad de claudicar en su estilo “campechano”) y se centra en sus acciones, tiene la oportunidad de absolverse. Si logra avanzar exitosamente con algunas de las políticas públicas que muchos de sus partidarios (y sus adversarios) esperan con ansias, podría librarse de sus pecados. Las reuniones que Mujica ha sostenido en los últimos días con los candidatos a la presidencia derrotados, para buscar líneas de cooperación en torno a algunos temas clave, fueron bien recibidas por la oposición y reafirmaron las declaraciones del presidente electo en la segunda vuelta, que de las elecciones no habían resultado “vencidos ni vencedores”. No obstante, luego de que el furor electoral se diluya, a Mujica le tocará poner en práctica sus anuncios.
Si bien todos los analistas predicen un grado bastante claro de continuidad respecto del gobierno de Vázquez, aunque con un estilo de liderazgo distinto, probablemente se introduzcan algunas vueltas de timón esperadas. Por un lado, para el votante medio uruguayo la seguridad ciudadana se ha transformado en un problema acuciante. Si bien para algunos se trata de “mano dura” y para otros de prevención a través de la educación y de políticas de reinserción en la sociedad para los infractores, a nadie le parece un tema irrelevante. La sensación de inseguridad se ha incrementado según todas las encuestas de opinión, y aunque para estándares latinoamericanos Uruguay es un país seguro, el número de homicidios ha aumentado. Otro tema relevante es la educación, sobre todo en lo relativo al proceso de reforma del Estado, que recientemente anunciara el gobierno electo.
Las relaciones bilaterales con Argentina y las tensiones relativas a la instalación de la pastera Botnia son algunos de los asuntos en materia de política exterior que los uruguayos esperan se resuelvan. Simbólicamente, otro tema de importancia, particularmente para los votantes del Frente Amplio, tiene que ver con la despenalización del aborto. Un proyecto de ley fue aprobado el año pasado por la legislatura uruguaya, pero el presidente Vázquez hizo uso de su veto presidencial, haciendo alusión a su condición de médico. Hace algunas semanas Mujica y Astori se comprometieron ante un grupo de mujeres a no vetar eventualmente una ley semejante, en caso de que el Parlamento la apruebe nuevamente.
En resumen, José “Pepe” Mujica tiene por delante la oportunidad y el desafío de reivindicarse como jefe de Estado a través de sus actos. El haber sido concebido sin pecado, a partir de la legitimidad que las urnas entregan, no lo libera de cometerlo. Los acercamientos a los líderes de la oposición constituyen, sin lugar a dudas, un buen comienzo, pero al final del día, la prueba de fuego tendrá que ver con su capacidad de transformar los temas de campaña en políticas públicas exitosas.
*Rossana Castiglioni es uruguaya, Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Notre Dame (EE.UU.), y Licenciada en Sociología de la Universidad de la República (Uruguay). Se desempeña como directora de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales (Chile).
FUENTE: HTTP://WWW.AMERICAECONOMIA.COM/NOTE.ASPX?NOTE=375139