sábado, 24 de marzo de 2012

La otra enfermedad

El procesamiento de los dos funcionarios de la salud que mataban personas cuando debían cuidar de ellas, provoca enseguida una mezcla de tristeza y rabia por la brutalidad del hecho. El alivio de saber que han sido detenidos, no elimina la duda de si se podrían haber evitado muertes, reaccionando antes. Pero no quisiera detenerme en la cuestión de la celeridad de la justicia, ni en la indignación que generan este tipo de noticias. Hasta donde alcanzo a ver, la consecuencia general más grave de este tipo de sucesos, es que quiebran el tejido básico de confianza que hace andar a una sociedad.
Para que una comunidad funcione, es imprescindible que sus miembros se encuentren entre ellos y, espontáneamente, se pasen información y experiencias. Gran parte del conocimiento que tenemos, sea como personas o como sociedad, está basado en este acto de confianza en lo que nos decimos y hacemos. Un ejemplo clásico son los transportes: subir a un ómnibus, un avión o un barco, presupone la confianza en que los responsables saben manejar e intentarán llevarnos a destino. Está bien que haya controles de alcoholemia, es justo que se deba dar examen para adquirir las libretas que permiten conducir, pero nada de ello elimina sino que alimenta la confianza social.

Hay dos errores que se deben evitar, el primero: pensar que la confianza es un acto ingenuo, idealista, que no tiene en cuenta la maldad de tanta gente que busca engañarnos. Cuando salen a la luz noticias como los asesinatos en hospitales públicos y privados, es cuando debemos redoblar la importancia de la confianza en vez de ponerla en jaque.

El mecanismo de confianza es una de las bases del concepto de autoridad. El tutor autoriza al niño, el notario autoriza la compra-venta, el ingeniero autoriza que el puente se construya, el técnico en bromatología autoriza la apertura del restaurante, el médico autoriza la medicación. Sin esta autorización, sin este “hacerse cargo” y confiar en ello, el mundo estaría impedido de funcionar. Si cada sujeto se frenara al inicio del puente por no confiar que el ingeniero calculó correctamente, o detuviera el coche ante el semáforo verde ante la duda de que el programador haya errado y también esté la luz verde para los autos que se cruzan, la circulación sería inviable.

Si mañana tuviese que averiguar si valen todas las reglas de hoy, sería imposible emprender algo nuevo. Es irrealizable cualquier meta si no nos fiamos espontáneamente de los otros. Una colectividad que perdió la confianza en sus miembros tiene una enfermedad mucho más grave que la de aislar a un grupo de psicópatas. La misma gravedad si la confianza es sólo para los miembros de mi partido o agrupación.

El acto de confiar, y éste es el segundo error clave que se debe evitar, no debe transformarnos en seres acríticos ni automatizados. Del hecho que yo confíe en el médico y el enfermero para curarme, no se deduce que no pueda preguntar, que no pueda exigir explicaciones, pedir respuestas, solicitar controles. Lo que tengo que asumir es que también ellos (los controles, las auditorías, los procesamientos) presuponen confianza.

Si se evitan los dos errores (asimilar confianza con ingenuidad, y asimilar confianza con ser acrítico) la sociedad podrá sortear este tipo de noticias sin entrar en el histerismo. Volverse histéricos, saturando las líneas 0800 del MSP, o acudiendo inmediatamente a la ventanilla de las mutualistas, es una de las consecuencias nefastas de sucesos como los del Maciel y La Española, que lo que requieren es aplomo y medidas concretas de control y transparencia que fortifiquen el tejido social.

Mantener y alimentar la confianza en los enfermeros, en los médicos, y en los hospitales, es también una señal de respeto hacia las víctimas de estos enfermeros asesinos, familiares y amigos (de víctimas y victimarios), que en este momento se encuentran en la amarga coyuntura de haber dejado de confiar. Eso sin olvidar que ajustar los protocolos de control, asumir responsabilidades y llegar hasta el fondo de lo sucedido, es esencial a una sociedad que confía en su capacidad de superación.
 
de Montevideo.com