EL MATE
Historia, secretos y otras yerbas de una pasión rioplatense
Autor: Javier Ricca Mussio
Prólogo: Daniel Vidart
Editorial Sudamericana.
1º Edición -Buenos Aires- 2009
5000 ejemplares
Temática: Historia Cultural, Folklore
Ilustraciones, Fotografías: 90
Presentación: 288 páginas. 19x14cm.
Contacto: yerbamate@adinet.com.uy
Este es un ensayo donde la yerba-mate es el hilo conductor y el ingreso a distintas miradas desde la historia cultural.
Ha sido concebida de forma tal, que permite al lector iniciar la lectura desde cualquiera de los capítulos en que se compone, ya que cada uno de ellos configura un universo en sí mismo.
Sus enfoques provocativos –ampliamente documentados- admiten diversas lecturas, ha-ciendo de la obra un material de referencia inexcusable, al abordar el tema del mate, su continente, su contenido, o especialmente, el entorno social que rodea a la yerba-mate.
El autor deja también de manifiesto, como en la rutina diaria de nuestra cultura, el mate solo se ha reducido a una calabacita que nos brinda su agradable sabor, tan áspero como necesario, al tiempo que reflexiona acerca del motivo por el cual solos hemos rescatado su sabor, perdiendo sus componentes simbólicos.
A través de sus páginas, el lector se sumergirá en la búsqueda del alma, de la esencia y del pasado de esta infusión, detectando como el mate está a la vez muy cerca y muy lejos de nuestra realidad cotidiana, como influye inconscientemente en nuestras acciones, como devela nuestros secretos, nuestras magias, o trascartón, como recrea su verdad histórica, desarrolla nuestra cultura y crea nuestra identidad.
Prólogo de Daniel Vidart
LA CULTURA DEL MATE
Quiero iniciar este prólogo con dos recuerdos personales. Ambos corroboran el complejo cultural del mate, analizado con erudición e intensidad por Javier en un libro cuya belleza como objeto corre “pico a pico”, como en las pencas cuadreras, con el mensaje etnográfico e histórico que trasmiten sus páginas.
Acá va el primero. En el decenio de los cincuenta me hice muy amigo de un judío procedente de Rumania. Aprendió y olvidó muchas cosas en su nueva tierra. Las que olvidó, o quiso olvidar y no pudo, quedaron enredadas en su nostalgia, enturbiando la mirada de sus ojos azules. Pero entre las que aprendió se impuso, de modo dominante, el “vicio” del homo criollensis, la afición por los verdes con golillas de espuma, el gusto por cimarronear en las barras del día, antes de salir de su cuartito de Villa Muñoz rumbo al agobiante trabajo. Y sí que lo era. Durante doce horas de caminata gastaba la suela de sus viejos zapatos, golpeando o timbrando en las puertas –por eso le llamaban klapper-, y vendiendo a plazos –y por esto otro era un cuentenic- la mercancía que cargaba en dos grandes valijas desvencijadas. Nos hicimos grandes camaradas.
“Yo me quedo para siempre en tu país. Me contaron que quien se hace socio del mate no se va más del Uruguay”, me decía con su fina voz plañidera, entreverando el idisch con el español rioplatense.
Y se quedó para siempre, nomás. Al poco tiempo murió de un modo muy triste.
El segundo recuerdo me lleva a Colombia, mi otra patria, donde residí durante los años de plomo, cuando la dictadura militar ensució y ensangrentó el Uruguay.
Un día llegué a la casa de un compatriota. No era, como yo, un exiliado. Trabajaba en Bogotá desde hacía algún tiempo distribuyendo cremas y otros artículos de cosmética femenina. Pregunté por él al familiar que me recibió con cara apesadumbrada. “Está en el fondo”, me contestó. Y sí, en el fondo de la casa estaba mi amigo, sentado en un banquito, llorando. Me miró con ojos lacrimosos: “Estoy desesperado”, y su voz sonaba funebrera. “Se me acabó la yerba desde ayer, y no hay a tiro ningún uruguayo que pueda ofrecerme una puta cebadura”.
No son vanos estos recuerdos. Detrás de lo anecdótico se esconde la dialéctica de los símbolos. El mate, de verdad, ata a la Tierra. Engualicha. La silvestre planta del indio, amansada luego por los jesuitas, que con ella y la ganadería enriquecieron las Misiones, vendiendo la yerba desde Chiloé hasta el Perú, posee un raro hechizo. Acriolla, establece un verde y líquido puente entre las almas de los materos y los rituales del arte de cebar. Y tan fuerte es su sortilegio, tan imprescindible su dosis cotidiana de suaves alcaloides, que cuando falta se produce como un vacío existencial, como un agujero negro en el universo de la costumbre, convertida en adicción gozosa. Dije universo y no es exageración. El mate, sus enseres, sus momentos, sus resonancias psíquicas, su convocatoria comunitaria, su filón folclórico que atraviesa los estratos de todas las clases sociales, su cancionero, su anecdotario, su magia, sus lenguajes crípticos, todo ello conforma una galaxia cultural donde caben las preguntas de la filosofía, las investigaciones de la antropología, las audacias de la estética, los mandamientos de la ética, las profundidades ensimismadas de una psiquis memoriosa.
Todo este cúmulo de rasgos significativos le abre cancha a las interpretaciones ontológicas, a los refraneros ocurrentes, a la ergología de los artefactos, a las tradiciones evocadoras, a los tránsitos que van de la crónica a la historia, todos presentes en este libro que Javier, sanducero como yo, hijo del Uruguay profundo como yo, criollo hasta el tuétano como yo, nos regala con ademán desprendido, con sabiduría a la vez juvenil y madura, con un gesto de solidaridad pedagógica que en verdad emociona.
Invito ahora al lector a transitar por el incitante recorrido de un libro que dice mucho sobre lo que día a día, mate en mano, se goza y medita. Javier, suavemente, con criolla picardía, abre la tranquera de una materia que, según se supone, todos los uruguayos conocemos de memoria. O no tanto. Entonces, entremos con atención y simpatía en el hogar de una felicidad cantada. Si bien la praxis gana mucho al ser iluminada por la theoría, que significa “contemplación” en griego, a ello se suma el empujón del entusiasmo, los buenos oficios de la alegría, el aroma arisco de los recuerdos, la amenidad de una necesaria enseñanza. Y si se comienza ya la lectura, es como si se entibiara la mano con la barriga del primer mate.