lunes, 12 de septiembre de 2011

¿ORIENTALES o URUGUAYOS? (I)

Columnas
Daniel Vidart



¿Cuál es el apropiado gentilicio de los hijos de este país?

¿Oriental, como constaba en la credencial cívica de Carlos Gardel datada a principios del siglo XX, o uruguayos y uruguayas como nos denomina el lenguaje oficial, que no coincide a veces con el del hombre de la calle?



Sobre esta doble nominación, que para algunos es intercambiable y para otros excluyente, trata este ensayo. En él se verá que la deriva semántica de dos gentilicios reclama, mas allá del proceso histórico de las identidades, un denominador común que trascienda un conflicto que no solo es lingüístico. En efecto, una correcta y unánimemente aceptada denominación apunta a los cuatro puntos cardinales de nuestra identidad encarnados por la nación, el Estado, el territorio y el pueblo de la República Oriental del Uruguay.



Tanto nuestro país, considerado en su pura extensión terráquea, cuanto nuestra nación, en su carácter de consenso afectivo y patrimonio histórico, son, metafóricamente hablando, las riberas significativas entre las cuales corre el río de un pueblo organizado política y jurídicamente en un Estado. Y bien, estas cuatro entidades, que al cabo constituyen la cáscara espacial y el carozo temporal de la patria, han surgido y se han desarrollado bajo el signo de una perpetua ambigüedad.



La encrucijada geográfica

Desde el punto de vista geofísico y ecológico el actual territorio uruguayo, cuyas etnias prehistóricas desbordaron los actuales límites y cuya superficie en el pasado de la Banda Oriental se dilató sobre mayores extensiones, es la sede de múltiples encrucijadas. Campo de batalla entre los ciclones cálidos del norte y los anticiclones fríos del sur, constituye un soterrado basamento geológico donde dialogan el fundamento cristalino con las areniscas de Gondwana, los cerros de cima redondeada con los de cima chata, las coladas del manto basáltico con los sedimentos del cuaternario.



Si se tiene en cuenta el aspecto botánico, las gramillas de la vegetación pampeana colindan con la flora riograndense de las serranías del este y la mesopotámica que se extiende (o se extendía, porque el hacha fue inclemente) a lo largo de nuestro río epónimo. Y si se trata de las particularidades del relieve, es fácil comprobar que lanacencia del llano costanero del Plata difiere, si bien levemente, de la insurgencia de las cuchillas y las sierras.



Pero no hay desencuentros en este quieto vaivén de relieves poco espectaculares, cuyos paisajes humanizados se engarzan en los matices antes que en los contrastes orográficos de una orografía que los geomorfólogos han clasificado como de penillanura o penicolina, es decir algo a medias, como a mitad de camino entre la horizontalidad que invita al deambular nomádico y la verticalidad que aísla a las sociedades humanas en los compartimentos estancos de los altos valles montañeses.



En cuanto a los tiempos, en un solo día combaten el invierno matutino con el bochorno súbito de una tarde calurosa , y si se trata del balance anual del cíclico choque de los ciclones fríos del sur con los anticiclones cálidos del norte - un dúo alterno de personajes meteorológicos en cuyo patio aéreo juegan a la ronda los helados pamperos, las lluviosas sudestadas , las bocanadas agobiantes del septentrión y los temibles vientos del oeste- se desemboca en la lastimosa certidumbre de que tales violentos contrastes desmienten la benignidad de un clima templado según rezan el eufemismo de las frases hechas y el proselitismo de las propagandas turísticas.



Y el río de la Plata ¿qué es en puridad?:¿ un río salobre, un mar dulce, un brazo del océano aledaño, un estuario, un golfo hundido y rellenado por los aluviones fluviales ? ¿ Y que pasa con su fauna, gobernada por el ir y venir de la salinidad y la potabilidad de las aguas, o con su coloración leonada o verdiazul, según lo dictaminen los barrosos sedimentos de los ríos crecidos o las ventolinas que arrean las olas provenientes del Atlántico, ya cálidas si son de la corriente del Brasil, ya frías si derivan de la corriente de las Malvinas, rica en pingüinos y atmósferas glaciales ?



La encrucijada humana

¿Será necesario, por otra parte, destacar el debate de las identidades, a partir del origen triétnico de la población nacional, cuyos descendientes actuales al reclamar, a veces con tono fundamentalista, la principalía de los abuelos indígenas, europeos o africanos, olvidan los caminos secretos del mestizaje y el trasiego sigiloso de las aculturaciones?



No somos charrúas ni negros, como pretenden quienes coleccionan genes excluyentes e imponen ascendencias fantasmagóricas. Ni tampoco puros descendientes de los que bajaron de los barcos. Y si vamos más atrás aún, a los milenios neblinosos de la prehistoria, ¿no aparecen estos soleados pastizales circundados por las aguas fluviales y marinas como un cul de sac donde confluyeron, a partir del Catalanense, o aún antes, bandas nomádicas de indígenas procedentes del norte, del sur y del oeste, todos detrás de los nutrientes de la recolección, las presas de caza y los codiciados peces de una bien regada y pródiga rinconada terrestre? ¿Quiénes eran aquellos paleomericanos que mezclaron sus destinos y sus genes, sus cuerpos y sus espíritus en la aurora del primer descubrimiento de estas tierras por entonces vírgenes, aún no pisadas por la planta humana? (1)



¿”País de cercanías”?

Tierra adentro el nuestro nunca fue un "país de cercanías", como lo llamó desde Montevideo, acodado en el balcón del sur, el inolvidable Carlos Real de Azúa. Mi querido y ya perdido amigo nunca recorrió a caballo, como quien esto escribe, las soledades del espacio mediterráneo, en esas tardes de enero cuando se tuesta el pasto y el neblinoso límite reverbera y el campo abierto se transforma en el monótono escenario de interminables travesías, sin gente ni vivienda a la vista, horizonte tras horizonte y cielo tras cielo. Y sumado a todo ello, el sudor de la entrepierna, la cabeza en llamas y el cojinillo ardiendo como un trasfoguero.



De tal modo, sobre un pedestal de entidades ambiguas, de encrucijadas, de oposiciones al cabo resueltas por una componenda dialéctica, se levanta la multisecular estatua de nuestro país, o paisito según el equivocado decir de los evocadores nostálgicos cuando el exilio apretaba, en cuya epidermis paisajística de tierra adentro medra una población poco significativa que se asienta en aislados islotes pero no coexiste en una trama de projimidades, devorada por la doble Némesis del aislamiento y la soledad. Dicho contingente humano se adensa en las franjas litorales, en particular la del sur, donde Montevideo aparece como la gran cabeza urbana de un enano geográfico.



Campos, pueblos y ciudades

En el ancho ruedo interior, donde transcurrieron mi adolescencia y juventud, el caudal humano, como ya se expresó y conviene remarcar, se adelgaza en los pueblos y se hace casi imperceptible en la planetaria desmesura de los establecimientos ganaderos, cuyos cascos de estancia, vistos desde lejos, parecen restos de naufragios en un océano de hierbas.



Diacronía y sincronía

No obstante aquellos desencuentros, que al cabo terminan en conjunciones, el Uruguay contemporáneo, denominado de muchas otras maneras en el pasado y metido siempre como una cuña entre dos colosos como son el Brasil y la Argentina, sedes de perpetuos sobresaltos históricos y culturales, conforma un hogar terrestre hecho a la medida del hombre. Este hombre abstracto, que tenemos que declinar en el juego entre lo diacrónico y lo isócrono no solo lo habita y moldea sino que también lo ha convertido en el recipiente de malentendido semánticos, de toponimias despistadoras, de gentilicios cambiantes, de efemérides en pugna, de identidades contradictorias.



El magma aleatorio de la nación, ese plebiscito cotidiano al decir de Renán, ha sido objeto de operaciones calificadoras y cuantificadoras que van desde la discusión acerca del quiénes somos y cómo somos los hijos de la elusiva República Oriental del Uruguay, cuestionada a partir de la verdadera fecha de su independencia (2) hasta el nombre de nuestro pueblo, al que algunos llaman uruguayo y otros prefieren decirle oriental, aún en nuestros días. Tales denominaciones tienen antecedentes históricos, acentos demográficos e intenciones políticas cuyos caracteres serán examinados en esta contribución a un tema que fuera discutido una y otra vez en el anterior siglo por ilustrados y a menudo apasionados compatriotas.





Referencias bibliográficas

(1) Un desarrollo mucho más extenso de este tema figura en el capítulo Uruguay, país encrucijada , incluido en mi libro La trama de la identidad nacional. .Tº 1º Indios, negros, gauchos.. Banda Oriental, Montevideo, 1997

(2) Orientales y argentinos. Cuadernos de MARCHA nº 19, Montevideo 1968


Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.



Fuente: UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias