sábado, 26 de enero de 2013

Demografía: la tentación de calcular su propia fecha de "extinción"


Los Años sin políticas demográficas

 

Uruguay fue de los primeros países en América Latina en comenzar la llamada “transición demográfica”, que condujo a valores bajos de natalidad y mortalidad, a un magro crecimiento y a un envejecimiento de la estructura por edades.
Al no enfrentar los mismos problemas que sus vecinos, “se autopercibió como un país sin problemas de población”, sostiene el demógrafo Juan José Calvo.
Por eso históricamente Uruguay tuvo “bastante ausencia de políticas demográficas”, y fue recién unas décadas atrás que se empezó a mirar el tema con interés y preocupación. 
Igual, según Calvo aún falta incorporar la demografía al diseño de políticas.



El escritor mexicano Juan Villoro cuenta en sus crónicas sobre Japón que una de las aficiones de los locatarios es calcular su propia fecha de “extinción”. La tasa global de fecundidad allí anuncia que en el año 3000 habrá 27 japoneses y en 3085 solo quedará uno. 
Esta semana trascendió que el ministro de Finanzas japonés pidió a los ancianos que se apresuraran a morir, ya que el Estado costea su atención médica y se le hace cuesta arriba. No lo dijo en broma.
Uruguay todavía tiene tiempo de prepararse para lo que viene y no enloquecer en el intento.



Cada japonesa tiene un  promedio de 1,39 hijos y por 1.000 habitantes nacen ocho niños.


En Uruguay las cifras son bastante superiores: la tasa global de fecundidad es 1,85 y la de natalidad, según cifras de 2011, es 13,4 nacimientos cada 1.000 habitantes.


Sin embargo, el ejercicio de imaginar un último uruguayo caminando por 18 de Julio nos resulta igual de fascinante. 

Parece lógico pensar que va a existir esa persona dadas las constantes malas noticias que recibimos (como “La cantidad de nacimientos tuvo el pico más bajo de la historia” o “La población uruguaya es la más envejecida de América Latina”), sumadas a las trágicas interpretaciones que los políticos hacen de esas noticias.

La cuestión es que, más allá de la certeza colectiva de que nuestro destino inexorable es la extinción, no habrá un último uruguayo.
Para Juan José Calvo, demógrafo y economista, exrepresentante del Fondo de Población de Naciones Unidas en Uruguay, el ejercicio que hacen los japoneses es “absurdo y equivocado”. Primero, porque si bien la fecundidad uruguaya hace ocho años está por debajo del reemplazo, eso no es suficiente para decrecer.
Otros 76 países están por debajo de la referencia de 2,1 hijos por mujer (con la que se calcula que el crecimiento de una sociedad sería cero), y aunque algunos arrastran esa condición hace siglos, no se han extinguido.
Además, con su 1,85 Uruguay está apenas por debajo del reemplazo. Hay entre 46 mil y 47 mil nacimientos al año, frente a 31 mil o 32 mil decesos. Si las únicas que contaran fueran las variables vinculadas a la natalidad –dice Calvo–, pasarían “cientos de años” antes de desaparecer. 

Pero además de los nacimientos y los fallecimientos, en la ecuación que determina el crecimiento poblacional tienen igual importancia la inmigración y la emigración. Calvo sostiene que “no va a haber un momento con un último uruguayo en la medida en que Uruguay sea un territorio que dé oportunidades para que las personas deseen vivir aquí”. Con el capital natural que tenemos, “difícilmente” esto se transforme en un “desierto demográfico”.

Al igual que Calvo, otros demógrafos se niegan a proyectar la fecha de extinción uruguaya en función de su natalidad. “Sería un ejercicio peregrino. Sería casi como negar la historia.

Donde hay una población hay una sociedad, y las sociedades se modifican”, argumenta Wanda Cabella, docente del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.

“Ese cálculo supone una sociedad sin capacidad de darse cuenta de lo que le pasa y planear estrategias”, agrega a su lado Ignacio Pardo, también docente de dicha facultad.

En cambio, los demógrafos acceden a describir el Uruguay de 2050.

Seguiremos creciendo pero no mucho más. Como máximo habrá 4 millones de personas. La postal uruguaya tendrá prácticamente el doble de adultos mayores de 65 años que niños menores de 10.
 Los de 80 o más rondarán el 7 % de la población (hoy son el 4%) y serán sobre todo mujeres. En vez de tener muchos hermanos y primos, los más pequeños conocerán más abuelos, bisabuelos y tatarabuelos.
Si la ciencia y la medicina siguen su curso esperable, los ancianos serán personas más saludables y activas que hoy.

En la postal hay que agregar un componente esencial: los extranjeros.

Según los demógrafos, es esperable que aumente la inmigración en Uruguay.
Pero no con base en italianos y españoles, como en el siglo XX, sino esencialmente en asiáticos. “Todavía no han descubierto Uruguay, pero hay colonias importantes cerca y eso va a llegar acá, como al resto del planeta”, auguró Calvo. 

De hecho, mucho de lo que pasa y pasará en Uruguay forma parte de la tendencia mundial.  

Decimos escandalizados: ¡Envejecemos!
Sí, es irreversible y, por cierto, una muy buena noticia: evidencia que se superaron una serie de enfermedades y se alcanzó cierta calidad de vida.
¡Tenemos cada vez menos hijos!
Sí, al igual que la mayor parte del mundo.
Hoy hay 7.000 millones de personas, y aunque seguirán aumentando, lo harán cada vez a un ritmo más lento.
Las proyecciones indican que la población mundial se estabilizará entre los 10.000 millones y los 13.000 millones, lo cual no es alarmante si se considera el aumento del consumo y el deterioro del medioambiente.
No parece que la Tierra tenga una capacidad de albergue ilimitada con las pautas de comportamiento actuales.


El "fantasma" del tamaño poblacional
“Hace tiempo que el tamaño poblacional dejó de ser relevante. Hoy no es determinante de desarrollo ni de subdesarrollo”, alega Calvo.

Evidencia de ello es el Índice de Desarrollo Humano que Naciones Unidas actualiza anualmente basado en la calidad de vida y el avance científico. Tanto en el grupo de los 10 mejores como en el de los 10 peores la cantidad de países grandes y pequeños en población es la misma (ver infografía).

Ser pocos tiene sus desventajas, admite Calvo: restricciones para crecer en mercado interno y acumular “masa crítica”; además, la vida en una sociedad pequeña puede resultar “agobiante”.

Pero también conlleva ventajas: al no tener que gastar en generar infraestructura y cubrir necesidades básicas para una población creciente, el país puede concentrarse en “mejorar la calidad de los procesos”. “¿Por qué pudimos darle una computadora a cada niño? Porque somos pocos”, señala.

De modo que solo si Uruguay resolviera que faltan personas para determinado proceso de mejoría tendría sentido incentivar el crecimiento o “importar mano de obra”, como han hecho algunos países desarrollados.

A Cabella le resulta “fastidioso” que los políticos y los medios de comunicación estén constantemente atrás del “fantasma” del tamaño poblacional.

“Hay temas más preocupantes y modificables para lograr una sociedad demográficamente justa. Por ejemplo: decimos que la muerte es democrática porque le llega a todos. Pero a algunos les llega en forma prematura y con menos posibilidades de tratamiento. Entonces, ¿se están distribuyendo bien los recursos en salud?”, cuestiona.

El crecimiento de la población uruguaya no está ni siquiera entre las 20 primeras preocupaciones demográficas de Pardo.

“Hay gente que ha discutido cuál es el óptimo de población, pero formularse esa pregunta no tiene sentido por la cantidad de paréntesis que hay que abrir. ¿En relación a qué recursos y a qué uso de esos recursos? Hay otros problemas reales”, ironiza.

¿Qué es, entonces, lo que nos debe preocupar de nuestra realidad demográfica?

La respuesta se encuentra, en buena medida, en la postal descrita del Uruguay de 2050.
Calvo dice que “hay que prepararse” para el contingente de personas de 65 años y más que poblará el país. “Hay que prepararse –insiste– porque eso va a presionar mucho el sistema de jubilaciones y pensiones y el Sistema Nacional Integrado de Salud”.

Además, el especialista considera que implementar el Sistema Nacional de Cuidados es “urgente”.

Ahora están envejeciendo los sectores que pueden pagar un residencial o un cuidador, pero en unos años el fenómeno va a alcanzar a todos, incluso a los más pobres, y entonces “se va a transformar en un enorme problema”.

El Sistema Nacional de Cuidados fue inspirado en las políticas poblacionales que aplican países del primer mundo con similares problemas que Uruguay. Prevé el cuidado de los adultos mayores, los niños y las personas con discapacidades para que esa tarea no recaiga solamente en las familias.

Los demógrafos coinciden en que las políticas, que procuran que la vida productiva y reproductiva de la población sean compatibles, deberían implementarse con el objetivo de acrecentar la felicidad de la gente y que cada uno tuviera los hijos que desea tener.
Si fuera solo para aumentar la tasa de fecundidad terminaría en decepción, ya que impactaría en unos pocos decimales.

La imagen de lo que será Uruguay en 40 años enciende otra luz de alarma: los inmigrantes.

“En los últimos años han llegado peruanos o bolivianos y automáticamente hemos generado situaciones de discriminación y segregación. ¿Qué pasa si empiezan a llegar masivamente asiáticos o africanos? ¿Nos vamos a alterar por la religión que practican, por sus gustos o intereses?”, pregunta Calvo. “Hay que preparar a la sociedad para aceptar la diversidad”, concluye.